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Sugled Gasparini, hermana de John Jairo Gasparini “Mi hermano es una víctima más del Estado venezolano”

Ser recomendado es lo que cualquiera desearía por ser de las mejores cartas de presentación que existen, pero a John Jairo Gasparini le costó su libertad. Su contacto telefónico estaba en un mensaje de WhatsApp en una conversación entre un militar y un civil en la que recomendaban sus servicios como mecánico automotriz. Para el Estado venezolano esa es suficiente prueba de que este hombre está incurso en un complot contra el gobierno. Con ese único elemento fue involucrado en la causa denominada “Constitución”.

John Jairo proviene de una familia trabajadora, vivía con sus padres, hermana y sobrino pequeño en Caracas. Una noche camino a la farmacia fue interceptado, detenido de manera arbitraria y sin orden judicial por hombres vestidos de negro sin identificación, trasladado a un centro clandestino de torturas y desaparecido por 10 días. Todo por haber sido recomendado por su trabajo.

Unas horas después de su detención, el 18 de marzo de 2020 –en plena cuarentena por inicios de la pandemia– un numeroso grupo comando irrumpió en el edificio donde residía con su familia y sin importar la presencia de sus padres, que son dos señores mayores, registraron por completo el pequeño apartamento, voltearon todas las pertenencias en busca de alguna evidencia, pero por más que buscaron no hallaron nada que lo incriminara; dejaron la vivienda como si hubiese pasado un huracán, pero se fueron con las manos vacías.

Aún sin pruebas de que fuese un golpista o un conspirador John Jairo fue sometido a torturas que lo dejaron sin algunos dientes, con recurrentes dolores de cabeza y con lesiones en la columna que le causan intensos dolores que en ocasiones le impiden moverse, además de cuadros de depresión. Nunca en tres años ha recibido atención médica, por lo que su salud en general va en franco deterioro. Lo colgaron de brazos, le propinaron fuertes golpizas con bates, martillos y palos de golf en costillas, rodillas, tobillos, talones y dedos de los pies hasta quedar inconsciente, le quemaron los brazos con cigarrillos y fue privado de alimentos y agua durante los días que permaneció en ese lugar.

Del centro de torturas fue trasladado a la temible “casa de los sueños”, en la sede de la DGCIM en Boleíta, donde continuaron las torturas y tratos crueles en una celda iluminada día y noche con luz blanca LED apuntándole a la cara y con música de Alí Primera y canciones alusivas a Chávez. Estando allí vio por primera vez a su familia, siete meses después, aún tenía los rastros de las golpizas y otras torturas, pero no podía comunicar casi nada porque en “la pecera”, donde recibió la visita, estaba rodeado de funcionarios. No fue sino hasta el 23 de diciembre de ese mismo año que vio por primera vez a su mamá, cuando la señora iba subiendo las escaleras hacia el área de visitas estuvo a punto de desmayarse, temblaba, se puso fría y se le bajó la tensión por los nervios.

En abril de 2021 el hombre fue trasladado a Ramo Verde, una cárcel militar siendo él un civil, algo inexplicable para su familia. Allí cesaron en gran medida las torturas y tuvo oportunidad de relatar a su familia, a través de una reja, todo lo que vivió desde su detención.

Irónicamente, John Jairo no conocía a los otros tres hombres civiles y militares con los cuales lo vincularon y fueron detenidos por la misma causa, los vio por primera vez en el tribunal durante la audiencia de presentación 9 días después de la aprehensión. Estuvo con ellos durante las sesiones de torturas, se rozaban los brazos cuando los sentaban amarrados uno al lado del otro, pero no podía verlos porque todos estaban encapuchados.

Seis meses después, en octubre de 2021, fue trasladado a La Planta, donde permanece actualmente mientras se desarrolla un lento e irregular proceso judicial. “Mi hermano es una víctima más del Estado venezolano, le imputaron los delitos de conspiración contra la forma política y asociación para delinquir, pero él no tiene nada que ver con política, él estaba dedicado a ser mecánico automotriz. Después de dos años se inició el juicio, pero las audiencias son constantemente diferidas por falta de pruebas o porque los testigos de la Fiscalía no asisten”, explica Sugled, hermana de John Jairo, quien ha tomado la batuta para visibilizar el caso, lo que le ha valido acosos y amenazas cada vez que ejerce alguna acción a favor de su hermano o que participa en actividades con funcionarios de instancias internacionales.

La joven relata los hechos con detalle, recuerda fechas, horas y situaciones con exactitud y sin esfuerzo alguno. Gesticula poco al hablar, es su mirada expresiva la que transmite cada emoción y sentimiento que surge de sus recuerdos. En cuestión de segundos pasa de una explicación meticulosa de los hechos a las lágrimas cuando rememora las torturas sufridas por su hermano o cuando intenta imaginarse cómo se siente estando en prisión.

Aunque con sus padres y otras hermanas Sugled tiene una relación estrecha, pues son una familia bastante unida, con John Jairo existe una conexión especial, tal vez por ser la hermana menor. Con pesar afirma que el Estado truncó los sueños de su hermano, pues estaba por casarse cuando lo detuvieron.
En La Planta, donde le raparon el cabello sin su consentimiento, solo pueden visitarlo una vez al mes, llevarle ropa y algunos alimentos no perecederos aunque con ciertas restricciones porque, por ejemplo, no permiten un cartón de huevos completo, y así con otros alimentos; en el caso de la comida solo pueden llevarle preparada lo que va a ingerir durante la visita. Su papá nunca lo ha visto en los tres años que tiene preso porque el acceso solo tienen las mujeres: su mamá, las hermanas y su novia. Si el padre tramita el permiso ante el tribunal ya no podrían visitarlo las mujeres de la familia. “Para mi papá no es suficiente lo que le contamos cuando venimos de las visitas, él está muy afectado, ha perdido mucho peso y sigue perdiéndolo y no es por falta de comida, sino por la angustia y tristeza que tiene”, afirma Sugled. La madre de John Jairo también tiene secuelas en su salud física y emocional por la ausencia de su hijo.

“Nuestra vida cambió abruptamente, no podemos reunirnos como familia como antes porque nos sentimos incompletos; a mi hijo le he hecho creer que su tío está trabajando en una fábrica donde no le dan permiso de salir ni tiene manera de comunicarse. Cada vez que vamos a sentarnos a comer pensamos en si John estará comiendo… Yo me la paso con altibajos, hay días en que siento que nada de lo que hago es suficiente, que hago mucho y no logro nada, días en que me siento muy triste, pero otros días estoy llena de optimismo y esperanzas de que mi hermano recuperará pronto la libertad, soy una persona muy creyente y tengo fe en que Dios está de nuestro lado, es lo que me ha permitido mantenerme en pie de lucha; además, el hecho de que no tienen ninguna prueba en su contra, absolutamente nada que involucre a mi hermano, me hace pensar que sí hay motivos para recuperar la libertad”. //

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