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Laudelina Romero, madre de Gabriel Barros, preso político “Lo conseguí torturado, pero vivo”

Si alguien ha experimentado literalmente el dicho: “estar en el lugar y en el momento equivocado” es Gabriel Barros, joven detenido el 6 de agosto de 2017 en una manifestación antigubernamental en el Fuerte Paramacay, en Valencia, estado Carabobo. El joven oriundo del estado Zulia viajó a Valencia para comprar unos materiales de computación que vendían a mejor precio en esa ciudad, estaba graduándose de ingeniero en sistemas y comenzaría sus primeros trabajos profesionales. Su mamá, Laudelina Romero, asegura que en la vía a adquirir lo que necesitaba su hijo se topó con los manifestantes que estaban irrumpiendo en la sede militar ubicada en Naguanagua, en el norte de Valencia, como parte de la ola de protestas que ese año mantenía a millones de personas en las calles.

Gabriel estaba acompañado de un amigo y al ver lo que ocurría decidieron sumarse en apoyo, pues compartían el mismo descontento social. La situación fue repelida violentamente y muchos manifestantes fueron detenidos, a siete de ellos los expusieron ante la opinión pública como los artífices de un “acto terrorista” contra las Fuerzas Armadas, entre ellos aparecía el zuliano que estaba en Valencia de paso. “Ahí comenzó el infierno para él”, afirma su mamá.

A estos siete detenidos los trasladaron vía aérea a Caracas aunque ya habían recibido la primera golpiza. Gabriel estuvo cinco horas inconsciente por un golpe contundente en la cabeza y así fue subido al helicóptero. Los llevaron a la DGCIM de Boleíta, “donde vivieron lo peor que puede vivir un ser humano”, los sometieron a sesiones de torturas como a la mayoría de los manifestantes en esos días. Perder el conocimiento no impedía que la crueldad cesara, pues cuando recobraban el sentido se repetía el horror. Su mamá pudo verlo casi un mes después, aunque ella viajó a Caracas junto a un sobrino inmediatamente supo que Gabriel había sido trasladado. Caminó día a día en una ciudad desconocida en busca de cada centro de detención hasta dar con el paradero del muchacho que en ese entonces tenía 22 años de edad. Una vez que lo consiguió volvió cada día con comida y la esperanza de verlo, pero no se lo permitían y luego supo que los alimentos que entregaba para él tampoco que se los hicieron llegar.

Cuando finalmente pudo verlo había sido trasladado a la cárcel militar de Ramo Verde, sin previo aviso. Aún tenía las marcas de los golpes en diferentes partes del cuerpo y cabeza, y de otras torturas como el desgarramiento de varias uñas de los pies. Caminaba con dificultad no tanto como secuela de los golpes, sino por las descargas eléctricas que le aplicaron en los testículos que la causan, hasta el día de hoy, fuertes inflamaciones y dolores que a veces no le permiten moverse por días y hasta semanas completas. La pérdida visible de peso fue otro signo de que Gabriel no era el muchacho de siempre. “Lo conseguí torturado, pero vivo”.

Cuando se creía que lo peor había pasado en Boleíta ocurrió la “visita” de perros de ataque en Ramo Verde que soltaban en las celdas a los jóvenes detenidos. Varios de ellos sufrieron mordidas de consideración, Gabriel solo fue rasguñado porque logró dominar al can. Ninguno recibió atención médica luego del ataque, hasta que la mamá de Gabriel descubrió lo que había ocurrido y llevó a una enfermera que les aplicó tratamiento y limpió las heridas a diario hasta que curaron. Además de este abominable hecho, cada semana los jóvenes fueron sometidos a golpes y tratos crueles, inhumanos y degradantes mientras estuvieron en esa cárcel militar.

Han pasado casi seis años y este joven sigue preso –ahora en el Rodeo III, su tercer sitio de reclusión– sin juicio porque no se han presentado pruebas en su contra ni en contra de los otros seis muchachos que fueron detenidos con él. La vida de la pequeña familia, constituida por él, su mamá y su hermana, se ha afectado severamente por el vuelco inesperado que mantiene sus existencias casi suspendidas: él atrapado en un limbo judicial, la madre mudada a Caracas para estar más cerca de él, sin trabajo y enferma a consecuencia del esfuerzo físico y emocional que ha implicado a detención arbitraria de su hijo y sin sus bienes y pertenencias en Zulia tras haberlas perdido, y su hermana rehén de la crisis económica del país haciendo intentos por emigrar para poder ayudar a su mamá y hermano que demanda tantos gastos en prisión.

La audiencia de presentación se dio más de un año después de la detención. Gabriel estaba en tan mal estado por las torturas que no podía mantenerse de pie. Durante cuatro años el caso estuvo asignado al Tribunal Militar Tercero de Control aun cuando ellos son civiles. Hace un año apenas pasó al Juzgado Tercero de Juicio en Valencia, estado Carabobo, a cargo del juez Luis Ovalles, señalado de nueve delitos, entre ellos traición a la patria, rebelión militar (siendo civil), ataque al centinela y sustracción de pertenencias de la Fuerza Armada, pero no ha habido avances en el proceso: “Los llevan desde el Rodeo III hasta Valencia para las audiencias pero cuando llegan allá las difieren o solo duran 10 minutos y no presentan pruebas ni nada para avanzar en el juicio, ¿así cuándo vamos a terminar? Es mucha maldad y cobardía tener a unos muchachos presos sin motivo cuando pueden ser útiles al país”.

Laudelina es una mujer fuerte y recursiva, tiene esa chispa propia de los zulianos pese a las circunstancias que atraviesa, desde que se despierta hasta que se va a dormir sus pensamientos están centrados en Gabriel y en un destino próspero para su hija. Cuando habla de lo sucedido se ve obligada a hacer pausas hasta que el llanto deje salir sus palabras. No encuentra lógica ni explicación que justifiquen que su hijo un buen estudiante que cuidó sus pasos para mantener la beca universitaria, que ni siquiera bebía alcohol ni parrandeaba, reciba trato de “terrorista” y sea torturado.

“Mi vida se ha vuelto una pesadilla, ya no me queda más que pedirle a Dios porque la justicia en Venezuela no está haciendo nada. Yo estuve en el grupo que se reunió con la Alta Comisionada Michelle Bachelet y después con el comisionado Volker Turk, les explicamos lo que ocurre, a él le entregué una carta que sé que leyó porque hubo respuesta, entonces le diría a los organismos internacionales que si pueden ayudar que lo hagan no solo por Gabriel, sino por tantos jóvenes que están injustamente presos y han sido torturados, son muchachos sanos que por pensar diferente ¿los van a tener encerrados para toda la vida?”

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