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Angelo Rangel: «Perdonar es el paso de la oscuridad a la luz»

Angelo Rangel, miembro de Escuelas de Perdón y Reconciliación

Desde 2018, el activista Angelo Rangel forma parte de las Escuelas de Perdón y Reconciliación (ESPERE) en Venezuela, una iniciativa que nació en Colombia orientada a las víctimas del conflicto armado y que se expandió de tal manera que hoy está presente en más de 20 países. «Desde la primera vivencia esto me cambió la vida», una vida que ya recorría entre actividades sociales en las comunidades. «Las dificultades de la situación política, social y económica en Venezuela no solo hay que verlas desde lo negativo, sino desde lo positivo, de lo resilientes que podemos ser y, sobre todo, reconociendo al otro, respetando criterios diferentes, eso es lo que nos permite construir el país que queremos». La afirmación la experimentó en carne propia, pues Rangel fue asistente del concejal Fernando Albán y tuvo que afrontar su propio proceso para sanar las heridas dejadas por su muerte. En ese camino las ESPERE fueron determinantes

Las Escuelas de Perdón y Reconciliación son un proyecto que nace en Colombia de la mano de Leonel Narváez, sacerdote misionero de la Consolata, filósofo y sociólogo, ante la necesidad de trabajar esos temas más en la realidad colombiana por  los desplazados, por los conflictos armados y con el tiempo esa experiencia fue pensada y estructurada para que saliera de las fronteras y pues eso ha traído como resultado que la Fundación para la Reconciliación, donde están enmarcadas las escuelas, estén en más de 20 países.

Angelo Rangel, miembro de Escuelas de Perdón y Reconciliación

«Es una escuela cuyos componentes técnicos, por así decirlo, se basan en la dignidad y a partir de allí se dé visibilidad a la víctima, principalmente en lo social, pues permite esa cohesión social necesaria para convivir. También se maneja lo político y democrático por lo que no solo se trabaja a la persona, a la víctima, sino que va en todo sentido, desde la familia, el Estado, tanto en lo político como en lo social. Se trabaja desde lo pedagógico e incluso lo espiritual porque somos seres espirituales, trabajamos las emociones, la compasión y la misericordia, y desde el punto de vista psicológico la resignificación de la memoria y el hilo narrativo que le queremos dar a ella. También abordamos lo ético, pues es importante en cuanto al cuidado de la persona.»

Entrevista a Angelo Rangel, miembro de Escuelas de Perdón y Reconciliación

¿Cómo llegan las Escuelas de Perdón y Reconciliación a Venezuela y cómo se aplican en nuestra realidad?

Este programa llega de la mano de la ONG Paz Activa, ellos trabajan el tema de la justicia transicional con el enfoque social hacia la víctima, y en la realidad venezolana adquiere un punto político luego de las protestas de 2014 y eso conllevó a un replanteamiento para trabajar en cómo podemos superar ese conflicto reconociendo al otro, pero viéndolo también desde un punto social comunitario pues se plantea el perdón y la reconciliación reconociéndonos como hermanos, como ciudadanos, como personas. Y lo que nos hemos encontrado es precisamente toda esa carga emocional que no nos permite ver un poco más allá porque deseamos cambiar una realidad pero tratando de implementar lo mismo que no nos permite vivir ni sentirnos bien, entonces eso nos da una idea clara de las partes, por así decirlo.

Entonces, hemos estado trabajando a partir de la premisa de que el perdón no es olvido, tampoco es retaliación ni que no haya justicia. En las Escuelas de Perdón y Reconciliación, ESPERE, como se le conoce, se trabaja esos conceptos a partir de tres aspectos fundamentales: el significado de la vida, la seguridad en sí mismo y la sociabilidad, ya que si yo no me encuentro conmigo mismo, si yo no me reconozco y no reconozco al otro como ser humano, como persona, es imposible que haya sociabilidad entre nosotros porque no veo al otro como igual sino como algo diferente que no me importa y a quien no le reconozco sus derechos porque no es igual que yo.

De allí que trabajamos reconociendo que vivimos en una sociedad donde la retaliación, el resentimiento y la rabia nos han acompañado durante muchísimos años y a partir de allí debemos plantearnos cómo reencontrarnos como sociedad.

¿Cómo ha sido la experiencia de las Escuelas de Perdón y Reconciliación en las comunidades?

Para mí ha sido la mejor vivencia que he tenido en años formándome y participando en talleres porque me permite ver la realidad con otros ojos, reconocer que podemos hacer pactos, priorizar el cuidado, decidir perdonar. Recientemente tuvimos una experiencia con habitantes de El Cementerio y parte de la Cota 905 en el municipio Libertador de Caracas, una comunidad sumamente marcada por la violencia y el miedo, donde para algunas personas de repente era difícil mirar a otras, por ejemplo al vecino que posiblemente es la mamá de algún muchacho delincuente que les causó daño. En estas circunstancias debemos estar claros que no podemos condenar a todos y que debemos ver al otro desde la compasión y entender que la justicia es necesaria, pero la justicia desde un debido proceso, no la justicia que cada quien se imagina y menos en la realidad venezolana donde cada quien la interpreta a su manera.

Con la experiencia más reciente en El Cementerio y parte de la Cota 905 hemos experimentado una transformación total entre personas que no se conocían o no se reconocían, ha significado muchísimo porque había muchas heridas, uno no se imaginaba que la situación podía ser tan complicada. Por ejemplo, un joven que no quería participar absolutamente en nada, que no le importaba nada, que estaba molesto e inmerso en sus propios problemas y luego de uno de los talleres su actitud cambió radicalmente, comenzó a proponer, a buscar otros sitios donde trabajar y más personas para participar, se mantiene en comunicación y nos cuenta que ante ciertas situaciones aplica lo que aprendió en los módulos. Y es que siempre tratamos de trabajar en casos que las personas puedan manejar, porque más allá de cambiar el mundo se trata de que vayan  transformando sus realidades ante el conflicto social y colectivo.

¿Participan personas de dos puntos en conflicto o dos bandos, por decirlo de algún modo?

No, aquí participa todo el mundo sin hacer distinción, no nos gusta hacerlo porque todos reciben la misma información y participan en las mismas dinámicas aunque, por ejemplo en el ámbito político, reconocemos que hay dos partes que piensan distinto; y respecto a víctimas de violencia o conflictos sociales no sabemos ni distinguimos quién es digamos víctima o victimario. Nosotros convocamos a participar y lo hace todo el que desea hacerlo sin revelar cuál es su situación o qué lo llevó ahí, trabajamos y la persona por sí misma va adaptándolo a su situación. La escuela trabaja a la persona como centro.

En los casos en los que están involucrados los componentes político y democrático tampoco llamamos ni tratamos de manera diferenciada a personas de dos bandos, la convocatoria es abierta a todos por igual, a todos los que piensan distinto, reconocemos también que no es sencillo trabajar algunos casos, por ejemplo, una madre a la que le asesinaron a un hijo, porque estamos abriendo una herida sumamente fuerte. Lo que hacemos es darles herramientas ante las situaciones diversas que se presentan en la vida, incluso para aquellos procesos que son largos de trabajar.

¿Cómo ha sido la experiencia cuando se trata de reconciliación política?

Ha sido bastante interesante. La metodología nos dice que se tienen que formar grupillos, que son grupos de tres personas, y en ellos debe quedar gente de parcialidades totalmente distintas que tienen que hacer un trabajo en común. En ese sentido, la experiencia que hemos tenido ha sido brillante, tanto es así que los participantes terminan haciéndose muy amigos, tenemos testimonios de gente que nos cuenta que se ven para tomarse un café o para compartir en una reunión… personas que antes no se trataban, no se reconocían, incluso no se toleraban o tenían algo pendiente, personas que piensan distinto políticamente pero que se pueden sentar a hablar y hasta hicieron amistad.  

¿Cree que aún hay obstáculos o retos para lograr mayor cohesión, reconciliación y aceptación?

Sin duda alguna el reto principal se da al momento de invitar a las personas, porque cuando tú les preguntas si les gustaría participar en un encuentro en el que hablaremos de perdón y reconciliación muchas veces la respuesta es “el único que perdona es Dios” o “yo no me tengo que reconciliar”… y por allí comienzan los retos. Pero al final la experiencia con las escuelas de reconciliación ha sido de una gran conexión social.

¿Cree entonces que sí hay posibilidades de que los venezolanos nos encontremos y nos reconciliemos tras tantos años de conflicto político?

Sin duda que sí. Lo estamos viviendo, por ejemplo, en comunidades pequeñas donde hay personas que ni siquiera se daban los buenos días y ahora tienen una relación de reconocimiento y respeto. Experimentamos esa transformación. Nosotros les decimos que ellos tienen que subir una montaña, porque en la medida en que vamos trabajando los 12 módulos es como el ascenso de una cuesta. Los primeros módulos que trabajamos van orientados al tema del perdón, perdonar es el paso de la oscuridad a la luz, permite mirar con otros ojos al ofensor y la situación, para ello trabajamos el dolor; luego viene la fase de reconciliación, que es el acercamiento con lo que llamamos el ofensor, se trabajan varias estrategias y al final resulta una representación de muchos problemas. En los módulos también trabajamos la verdad, y luego buscamos la justicia y la reparación, acordamos pactos sumamente importantes, como el diálogo y otras cosas similares. Terminamos celebrando la memoria, una memoria que no es olvido, porque lo ocurrido está allí, el perdón no cambia el pasado, pero sí puede cambiar el futuro. En las ESPERE en Venezuela somos aproximadamente 40 talleristas formándonos para apoyar a las comunidades de todo el país en este camino. //

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