En 2014, a sus 26 años de edad, Antony Vega tenía un desconocimiento casi total de los problemas políticos del país y por ende de sus protagonistas. Aun así lo vincularon –sin pruebas– con un supuesto plan para asesinar al diputado Robert Serra orquestado por la oposición para atacar al gobierno, y por eso pasó casi 5 años preso en el Sebin del Helicoide. Sin embargo, él no se sentía del todo inocente, pues admite que para ese entonces “estaba descarrilado, en malos pasos”, portaba arma de fuego, algunas municiones y consumía drogas. Sin embargo, no conocía a ninguna de las personas que los verdugos le mencionaban en los violentos interrogatorios ni fue contratado para hacer daño al diputado que fue asesinado con arma blanca y en circunstancias que distaban de un hecho político.
A su detención le siguieron varias sesiones de interrogatorios acompañadas de torturas. En uno de ellos estando atado, con los ojos vendados, arrodillado y tras varios desmayos por los golpes, patadas y las asfixias un funcionario lo tumbó, se paró sobre su espalda y ejercía presión, en ese momento Antony Vega prefirió morir para no tener que sufrir más. “Nunca, nunca, nunca había preferido la muerte a la vida… Lo que yo me pregunto es ¿por estar armado tenía que pagar de esa forma? ¿Ese es el camino de la justicia?”, la pregunta se la hace a sí mismo porque no sabe quién pudiera responderle.
Después de estos episodios que se extendieron a lo largo de varios días en los que no solo sufrió torturas físicas sino también psicológicas incluso con amenazas a sus pequeños hijos, sus carceleros ya sabían que no había pruebas que lo involucraran con el crimen y decidieron parar. Lo aislaron, para ese momento el joven tenía días sin comer y no podía moverse por sí mismo, lo llevaron cargado a una celda, pasaron más de 10 días en que otros presos tenían que ayudarlo a moverse. “Yo estaba muerto en vida”.
Lo juzgaron en un tribunal de terrorismo, como es habitual en casos de detenidos por motivos políticos aunque no fue imputado por cargos relacionados con el crimen de Serra. Allí un funcionario le dijo que no entendía por qué lo iban a procesar en ese juzgado si solo estaba siendo señalado de porte de un arma. Cuando le preguntó quién lo había detenido y supo que fue el Sebin el funcionario dijo: “Ya entiendo todo”. Según lo que él pudo percibir “los tribunales le temen al Sebin”.
La sentencia que debió cumplir era de 2 años y 6 meses de prisión; sin embargo –también como se ha vuelto práctica común– cuando llegó su boleta de excarcelación las autoridades no la cumplieron y Vega veía pasar el tiempo preso aunque el tribunal que lo juzgó consideraba que debía estar libre. “Ahí comenzó mi verdadera lucha. Pasaba el tiempo y nada pasaba”, Vega sentía miedo de que su suerte fuese como la de muchos otros, entre ellos los funcionarios de Polichacao que en esa época estaban presos allí también con boleta de excarcelación. Sus temores lo llevaron a tomar decisiones drásticas y comenzó una huelga de hambre que duró dos semanas y levantó cuando un funcionario un día de visita hizo pasar a su hijo pequeño para que viera en las condiciones que estaba. “Yo estaba muy demacrado, con los labios cocidos, las costuras casi podridas, un aliento fétido, me veía muy mal y fue tan cruel que hicieran pasar a mi hijo para me viera así que decidí dejar la huelga”. Al recordarlo su mirada cambia y los ojos se tornan llorosos, así ocurre en otros momentos de la entrevista.
Pero transcurría el tiempo y Antony Vega seguía preso sin entender el motivo. Cada vez que podía se acercaba al director del Helicoide, para ese entonces Carlos Calderón, y le decía que él necesitaba salir para estar con sus hijos, que ya había cumplido su condena por el porte de armas, pero no lograba nada a su favor. En una ocasión el director le respondió “¿Y acaso quién eres tú, un diputado? Así que un día después de una visita decidió tomar acciones más extremas y le pidió a un compañero de celda una hojilla. “Me dio un bisturí, lo agarré y fui a un pasillo donde había un comisario y me paré frente a él y le dije: ‘por cada media hora que pase aquí me hago una cortada y comencé ahí mismo por el brazo. Seguí cortándome y eso fue un boom porque ahí nunca nadie había hecho una huelga de sangre. Pasaron horas y yo me seguía cortando, hasta que XXXX horas después por primera vez desde que entré me vio un médico, porque ni cuando las torturas, este era un médico muy educado por cierto, no sé de dónde lo sacaron, me revisó y dio de todo para tratarme las heridas”.
“Pero seguíamos en lo mismo y no me daban la libertad. Hasta que un día se armó el motín famoso de presos políticos; cuando se alzaron todos y yo dije: ‘ah, esto va en serio’… Esa situación se resolvió por negociaciones y se acordaron unos traslados. Yo aproveché ese momento para escabullirme y me coleé en el bus con los que iban a (la cárcel de) Tocuyito. Cuando se subió un funcionario a revisar quiénes iban pensé que me descubrirían y otra vez seguiría la pesadilla, pero no me vio o si me vio me dejó ir. Así llegué a Tocuyito. Allá manda el hampa, para uno acercarse a la garita de vigilancia hay que pagar peaje a los pranes. A los dos meses de estar allá llegué a donde estaba el guardia nacional vigilando, le dije que yo tenía boleta de excarcelación la buscó y la encontró, me dijo: por esa puerta te puedes ir. Yo sentí que estaba soñando o que no era algo real, pero salí. Llegué a un puesto donde alquilaban celulares y llamé a mi mamá. Ahí comenzó otra etapa de mi vida”. Era octubre de 2018, habían transcurrido 4 años y 8 meses de su aprehensión, los últimos 2 años con boleta de excarcelación, lo que él denomina “un secuestro”.
Y de ser un joven desprendido de conciencia ciudadana pasó a ser un hombre con gran interés y sensibilidad social y política. “En el Helicoide comencé a encargarme de repartir la comida a los presos porque los funcionarios no se preocupaban por hacerlo, eso me permitió conocer personas que jamás pensé que conocería y aproveché esa cercanía para acceder a otras cosas que antes no estaban a mi alcance, como los libros, al inicio no entendía nada de lo que leía pero perseveré hasta que fui enamorándome de los libros porque despertó en mí una nueva conciencia. Eso me motivó a estudiar, pedí permiso al director pero su respuesta fue: ‘No, tú estás preso y tu apellido es candado’, eso me puso triste, yo busca estrategias para sobrevivir e insistí. Conocí a Rosmit Mantilla que era diputado, él comenzó a darme clases de Matemáticas e historia y así avancé. Luego la mamá de mis hijos ayudó a que en el liceo donde estudié el director y los profesores aceptaran darme clases, mandaba mis trabajos con buena letra y hasta le hacía marco a las hojas, todo con muchas dificultades porque en el Helicoide me hacían todo complicado, me apagaban las luces, tener un lápiz era una odisea porque lo consideraban un arma, entre muchas otras cosas, pero lo logré. Yon Goicoechea me dio clases dio historia y política. Siempre les mandaba una nota de agradecimiento a los profesores, sacaba las mejores notas del salón y era el más popular del liceo. Saqué el bachillerato estando preso, y eso me motivó a querer seguir estudiando. Una vez libre me fui a la universidad a inscribirme y también fue difícil pero finalmente lo logré y estoy estudiando Ciencias Políticas en la UCV”.
Además de sus estudios, Antony Vega es parte del programa Transforma, de la ONG Defiende Venezuela, que busca fortalecer el rol de las víctimas de violaciones de derechos humanos a quienes ofrece capacitación en incidencia internacional efectiva en derechos humanos y acompañamiento en la presentación de denuncias ante los organismos internacionales de protección. También es y líder social en su comunidad en El Paraíso, donde han visto el cambio en su vida y lo ven como un sobreviviente. Además, es responsable político por el partido Voluntad Popular en esa parroquia. “Ahora hago cosas que hace años atrás jamás hubiese imaginado, cosas que me apasionan”
Las marcas de su paso por el Helicoide son visibles, ha trabajado en superar los traumas de lo vivido pero al ver una patrulla del Sebin aún percibe a sus funcionarios como enemigos.
“Creo que el perdón tiene que existir, yo puedo perdonar a quienes me torturaron pero la justicia también tiene que hacer su parte en este proceso sobre todo para que nadie más pase por eso”.