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Beyker Gómez: «Me tuve que desplazar de El Cementerio para resguardar mi vida y la de mi familia»

Beyker Gómez nació, creció y ha residido sus 27 años de vida en la parroquia El Cementerio, al oeste de Caracas. Allí forma parte de la Fundación Hazlo Posible a través de la cual reciben alimento 300 personas de todas las edades que carecen de recursos para comer por su propia cuenta. No todos son personas en situación de calle, algunos tienen sus viviendas en la zona o viven con familiares.

Hablar de este proyecto, que funciona desde hace cinco años en la Iglesia San Miguel Arcángel, le ilumina los ojos a este joven, padre de un niño de dos años de edad. Con emoción recuerda que cuando se materializó la posibilidad de preparar un plato de comida, inicialmente para 70 personas, salió a recorrer las calles a avisarles a quienes rebuscaban en la basura o deambulaban con el estómago vacío. Llevar esperanza y ver tanta gente con una sonrisa, incrédula, ante la bondad de otros.

Pero la juventud de Beyker se tornó en un riesgo latente para su vida. Su zona es vecina a la Cota 905, donde opera una de las más poderosas megabandas del país, la del Koki, que cada vez logra ganar mayor terreno hacia parroquias aledañas, como El Cementerio, El Valle y La Vega. Para frenar esas pretensiones de expansión e intentar contener el alto poder de fuego los cuerpos policiales han desplegado varios operativos recientemente que distan mucho de ser fruto de labores de inteligencia para atacar el blanco deseado. Por el contrario, al mejor estilo de las antiguas OLP (Operativos para la Liberación del Pueblo) -denunciadas en instancias internacionales por su letalidad y las violaciones a los derechos humanos que se cometieron en su nombre- los funcionarios llegan sorpresivamente en numerosas comisiones y disparan contra todo aquel que a su juicio podría ser delincuente. Vecinos y organizaciones no gubernamentales han denunciado que los varones jóvenes son víctimas de ejecuciones extrajudiciales en estos contextos.

Beyker Gómez califica como “una guerra de 48 horas” los hechos ocurridos a inicios de julio cuando aproximadamente 2.500 funcionarios de diversos cuerpos policiales irrumpieron en la zona buscando a los miembros de la banda del Koki, así como al Vampi y el Garbis, otros líderes delictivos. “No se le puede llamar enfrentamiento porque un enfrentamiento dura solo un momento. Eso fue una guerra. Hasta granadas detonaron cerca de la casa». El saldo de esa jornada fueron 4 policías y 22 presuntos delincuentes muertos a tiros, y 38 heridos de bala -muchas personas inocentes, según admitió la ministra de Interior, la almirante Carmen Meléndez, sin dar cifras precisas-. 

«Los disparos eran muy cerca de mi zona, más tensión se siente con la policía que con los delincuentes porque llegan y disparan solo porque uno es joven y a ellos les parece que pudiera encajar con la idea que tienen de los delincuentes. ¿Entonces, cómo uno puede sentirse seguro en casa? Si ellos quieren acabar con tu vida no tienen ningún problema», afirma el joven.

Afirma que desde hace por lo menos cinco años no había una situación similar en la zona. Fueron años de tranquilidad relativa, porque los enfrentamientos o situaciones que había era por hechos que los afectaban directamente a ellos (a la policía). En algún momento la policía se respetaba en el barrio, eso fue hace muchos años, ellos subían y buscaban a los delincuentes directamente sin afectar a nadie más, si no te metías en problemas no tenías por qué temer, no como ahora que suben y acaban con todo el mundo».  

Los recuerdos del 7, 8 y 9 de julio aún lo inquietan: “Para nosotros el peor momento esos días fue cuando los delincuentes se subieron a la platabanda de la casa de al lado para poder ver dónde estaban los policías. Cuando los funcionarios vieron que estaban ahí ellos les gritaban que no les dispararan porque ahí había personas que nada tenían que ver. Sin embargo, fueron momentos de mucho miedo”.

Beyker, al igual que Guido Orefice, protagonista de la película La vida es bella, hizo lo imposible para que su pequeño hijo no percibiera el riesgo. “Él estaba asustado, me decía ‘Papá, escucha, tiros’ y salía a resguardarse conmigo, yo le decía ‘Tranquilo, no pasa nada, son fuegos artificiales’, y en medio de esa tensión yo trataba de distraerlo, de jugar con él, de que no sintiera miedo porque si él entendía el riesgo era como partirle la infancia en dos».

Ante la situación, él y su familia sabían que para garantizar su vida la opción era salir de El Cementerio apenas se calmara el ambiente. Los disparos cedieron y se fue de allí con su pareja y su hijo. Así se convirtió en un desplazado de la violencia. Pero su situación no es estable, pues en su casa quedaron sus suegros para evitar que alguien entre y saquee o invada. La rutina familiar sufrió alteraciones, la relación de pareja también, el trabajo también.

«Me tuve que desplazar de El Cementerio para resguardar mi vida y la de mi familia, da mucho miedo imaginar que la policía entre a tu casa, te lleve y no vuelvas a ver a tu familia. Muchas personas se desplazaron, todos los varones jóvenes se fueron de ahí con sus mamás para protegerse de la policía».

Comenta que un gran impacto psicológico que dejaron estos hechos es la disyuntiva de si volver o no: «Claro que yo quisiera volver, he vivido ahí toda la vida, allá está mi familia, mi entorno, pero quisiera estar seguro de que es un buen lugar para mi hijo, para su futuro porque ahora no lo es. Yo a veces voy para seguir apoyando el proyecto porque no podemos permitir que se detenga la ayuda a tanta gente que lo necesita, hacemos todo para que esa labor tan hermosa no se pierda, tenemos que ir y seguir con ese trabajo. En esas ocasiones escucho silencio, pero no se si es paz o si es un silencio de peligro, uno no sabe qué hacer o decidir, es un silencio que distorsiona, el temor aún sigue”. Y es que el recuerdo de las OLP está latente en su memoria, afirma que vio morir a mucha gente sana que conocía, al igual que en «las 48 horas de guerra». “La policía tiene que tratar de controlar la delincuencia, yo no se cómo pero sí deben hacerlo respetando los derechos humanos, la vida y las casas de las personas inocentes, deben investigar antes quiénes son los delincuentes y buscarlos directo a ellos. Yo hago hincapié en que no todos somos delincuentes. En El Cementerio también hay profesionales, gente que estudia, trabaja, que echa para adelante, gente sana que hace deporte, no todos somos delincuentes, muchos de los que salimos por la violencia queremos demostrar eso, no es justo que por jugar basquetbol debas perder la vida a manos de la policía, porque los derechos humanos deben respetarse». 

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