Con una patada en la cara fue la manera en que un guardia nacional le demostró a Luis Alberto Gutiérrez que a ese cuerpo de seguridad se le respeta. Era febrero de 2014 y las calles de todo el país eran escenario de protestas diarias contra el gobierno de Nicolás Maduro. Los jóvenes eran mayoría en la calle, a su clamor se unieron personas de todas las edades y estratos sociales. El 19 de febrero Gutiérrez, que para ese entonces tenía 26 años de edad y era estudiante del último semestre de Arquitectura en la Universidad Central de Venezuela, se unió junto con su hermano menor a una manifestación en San Antonio de los Altos, estado Miranda, zona donde residía. Las escaramuzas entre manifestantes y funcionarios de seguridad duraron todo el día y se extendieron a la noche. La Guardia Nacional Bolivariana iba y venía con refuerzos.
Alrededor de las 9:00 pm llegó un grupo antimotín de la GNB, disparaban en todas las direcciones y perseguían a quienes seguían en la calle protestando. Luis Alberto y su hermano corrieron, pero fueron acorralados. La orden fue “¡al suelo!”, el joven hizo lo que le pedían, uno de los militares los insultaba repetidamente, otros solo los rodeaban, pero a uno de ellos no le importó que usaba las pesadas botas del uniforme y le propinó una patada en la cara.
Lo agarraron por la chaqueta y lo llevaron a un lugar en la zona adonde juntaron a otros manifestantes, más de 40, los mantuvieron arrodillados casi dos horas aproximadamentehasta que llegó un transporte para trasladarlos. Mientras tanto, seguían los maltratos: “Nos pegaban con los cascos en la nuca, en la cabeza, nos robaron, a mí me robaron el celular, la cartera, las llaves, el reloj, todo. En ese momento sentí que estaba sangrando y ya no podía ver bien por un ojo, y tampoco podía respirar bien por el golpe. Sentí desesperación pero busqué la manera cómo respirar algo”, recuerda Luis Alberto.
A todos les ordenaron quitarse los cordones de los zapatos y con ellos les amarraron las manos para subirlos en la parte de atrás de una camioneta Hilux en la que los trasladaron al liceo militar Pedro María Ochoa Morales (PMOM), en Los Teques”. En el camino los amenazaban con lo que Luis Alberto no logró precisar si era una granada o una bomba lacrimógena porque no conoce de armas, pero también por la dificultad para ver debido a las heridas: “Esto es lo que les espera allá”, les decía uno de los guardias mostrándoles el artefacto.
Al momento de registrar a los detenidos hubo burlas y un intento de amedrentamiento para que dieran la versión que convenía a la GNB: “¿Qué te pasó ahí?”, le preguntó un militar a Luis Alberto al verle la herida en el rostro. “Me dieron una patada”, respondió. “¿Quién, uno de nosotros? No, eso fue que uno de tus compañeros que te dio un botellazo o te caíste y te golpeaste. Eso fue lo que te pasó”, le dijo el guardia.
A los que estaban heridos los separaron y finalmente los trasladaron al hospital Victorino Santaella, de Los Teques tras la insistencia de los detenidos. Estuvieron custodiados mientras los evaluaban. Allí un médico le preguntó a Luis Alberto qué le pasó, el joven le dijo la verdad. También le preguntó si sus padres sabían lo que le había ocurrido. Al saber que nos les habían permitido ningún tipo de comunicación el médico le prestó a escondidas su teléfono y le dijo que fuese al baño y desde ahí llamara a su familia. Eran las 3:00 de la madrugada.
En el hospital solo lo evaluaron e hicieron las curas básicas, no podían hacer más por él pues le diagnosticaron tres fracturas en la cara por lo cual requería cirugía, pero allí no había los insumos necesarios. Fue remitido al hospital Pérez Carreño en Caracas, pero los guardias nacionales se negaron a trasladarlo y lo llevaron de regreso al comando que funcionaba en el liceo militar Pedro María Ochoa Morales, donde los tuvieron en el patio, ya de día a pleno sol sin importar las condiciones en que se encontraban.
El malestar de Luis Alberto se hacía más fuerte bajo el sol, la cara estaba hinchada, sintió que se desmayaría, sentía fiebre mareos, pero hizo esfuerzos por resistir. Afuera ya estaban los familiares pidiendo ver a los detenidos, pero no los dejaron pasar, ni al papá de Luis Alberto que había sido militar activo hasta hace poco tiempo atrás. En la tarde, después de horas bajo el sol, funcionarios del Cuerpo de Investigaciones Científicas, penales y Criminalísticas (Cicpc) fueron a tomarles las huellas, al ver la herida lo revisó un médico forense, lo llevaron de nuevo al hospital, al ver el informe de su caso accedieron a trasladarlo a una clínica privada de la zona donde confirmaron que tenía fracturas en la frente, nariz y parte baja del ojo derecho. Allí estuvo unos días hospitalizado siempre en custodia de la GNB. “Me hicieron tomografías y al ver que no había daño cerebral postergaron la operación mientras llegaban los insumos”.
La audiencia de presentación se realizó mientras estaba hospitalizado, le imputaron cuatro delitos: resistencia a la autoridad, instigación a delinquir, daño del bien público y obstrucción de vialidad, y le ordenaron régimen de presentación cada 45 días.
Le dieron de alta sin operarlo, pues debía reunir el dinero para los insumos y materiales que requería para la intervención. Sus compañeros de universidad hicieron mucho ruido para que se conociera el caso, se inició una campaña para recolectar fondos, llegó ayuda de personas en varios países y gracias a eso volvieron a la clínica para la operación. Los médicos en solidaridad no cobraron honorarios. Una operación de dos horas se extendió a cuatro. Le colocaron 14 microtornillos de titanio, 3 placas y una microplaca.
Luis Alberto tardó dos meses en recuperarse parcialmente, perdió ese año de estudios dedicado a la tesis, que luego retomó. Por mucho tiempo lo inquietaba el ruido de las motos, imaginaba que era la Guardia Nacional.
Cumplió el régimen de presentación. Casi un año después se realizó otra audiencia con las 43 personas detenidas de ese día. Retiraron los cargos, pues no hallaron pruebas de los cargos imputados. Cuando en 2017 el país estalló en protestas generales otra vez Raúl sentía el impulso por volver a manifestar, sentía miedo a ser detenido de nuevo, pero eso no lo detuvo, eran más fuertes las razones que llevaron a la protesta nacional. Se resguardaba en casa de un amigo y vecino hasta que en una oportunidad estuvieron cerca de ser alcanzados. Para ese entonces Luis Alberto trabajaba cerca de uno de los focos de protesta más intensos en Caracas, le parecía insoportable no poder participar. Al tiempo las condiciones del país se deterioraban más y los largos meses de protesta le dificultaban hasta lo más elemental. Renunció a su empleo y emigró.