Desde muy joven a Gabriel Bolaños lo picó el gusanito de la conciencia social. Estaba convencido de que una de sus misiones en la vida era apoyar a los más vulnerables en sus luchas por una mejor calidad de vida y un mejor país. El joven tachirense recorría los municipios de su estado con otros jóvenes del partido social cristiano Copei para conocer la realidad que vivían sus habitantes y acompañarlos en sus reclamos.
Participó, como la mayoría de los jóvenes, en las protestas masivas de 2014 y 2017. Estudiaba Ingeniería Mecánica en la Universidad Nacional Experimental del Táchira (UNET), era dirigente juvenil de su partido y jamás pensó que sería perseguido y encarcelado por usar lo que consideraba sus armas más potentes: el megáfono y sus ideas.
En julio de 2017, cuando tenía 23 años de edad, las calles de cada poblado del país eran un hervidero de manifestaciones contra la convocatoria a elecciones de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC). Junto con sus compañeros de partido, amigos y vecinos lideraba asambleas de ciudadanos y protestas pacíficas como forma de expresión para oponerse a la instauración de un poder legislativo paralelo al legítimo. El día 29 de ese mes, un día antes de la elección, Gabriel Bolaños fue detenido en los alrededores de su comunidad en San Cristóbal junto a un compañero por la Guardia Nacional en medio de una situación confusa entre los jóvenes y un grupo de encapuchados que se presentó a trancar la vía y quemar cauchos, acciones que no formaban parte de la protesta pacífica. Sin embargo, no cree que su detención haya sido fortuita, pues a raíz de las giras políticas del movimiento estudiantil por el estado entró en el radar del gobernador José Vielma Mora quien, asegura, los espió para conocer toda la información sobre él y sus compañeros.
Guardias nacionales en moto lo atraparon, le dieron una golpiza y lo apuntaron en la cabeza bajo amenaza de muerte. Lo esposaron y trasladaron al Comando Regional 1 de la GNB (CORE 1), donde comenzó lo que hasta ahora es la peor pesadilla de su vida:
“Fue prácticamente un secuestro, por horas mi familia no supo dónde estaba yo, no sabía si estaba vivo. Nos interrogaban de manera amenazante, intentaron desnudarme pero no me dejé. Me preguntaban a qué organización terrorista o banda criminal estaba vinculado, les dije ‘Yo soy activista de Copei, soy de la democracia cristiana, no creo en la lucha armada, yo creo en los debates, en la democracia’. A mi compañero le dieron patadas con las botas que usan los guardias, estaban molestos porque la comunidad estaba protestando para que nos liberaran.
“Nos tuvieron en cuclillas por aproximadamente dos horas. Nos rociaron una sustancia que causaba ardor en la piel, una mezcla de gas lacrimógeno con polvo pica-pica. Nos echaron entre las piernas, en las axilas, en la boca, en los ojos, en las fosas nasales, en los oídos, en todo el cuerpo, y no solo causaba ardor y picor, sino que hinchaba la piel.
“Luego nos llevaron a una jaula que llamaban “el hueco”, una camioneta Toyota de las que usa la Guardia Nacional a la que le acondicionan la parte de atrás para meter gente detenida en la calle en algún hecho de flagrancia. Esa parte mide aproximadamente 1.60 de alto, 1.80 de ancho y 1.90 de profundidad, algo así. Ahí nos recluyeron con otros 15 muchachos, con nosotros éramos 17. Cuando nos introdujeron ahí le dijeron a los otros detenidos que nos golpearan para darnos una bienvenida y que si lo hacía les iban a permitir hablar con sus familias. Lo hicieron, nos dieron patadas hasta que caímos, uno de ellos nos dijo en voz baja que nos hiciéramos los desmayados para no golpearnos más. Yo veía aquel panorama tan sombrío, lo que nos esperaba en ese lugar tan pequeño, aglomerados con otras personas, tan difícil para hacer las necesidades, para intentar comer, para soportar las torturas…
“Cuando intentaba levantarme quedaba con la espalda totalmente inclinada, doblada, no podía estirarme ni pararme completo. Muchas veces me tocó que dormir de rodillas. Durante la semana y media que estuve ahí nos levantaban a las 5:00 de la mañana con una manguera de alta presión. Todas las mañanas nos visitaba como un general o un militar de alto rango porque los custodios lo saludaban con respeto y se le paraban firme para saludarlo. Ese hombre siempre llegaba con una empanada o comiéndose algo y preguntaba ‘Dónde están las ratas’, nos llamaba ratas a las 17 personas que estábamos ahí adentro, lanzaba hacia la jaula el último bocado de lo que estaba comiendo y decía: ‘Para que coman las ratas’.
“Las primeras 24 horas no permitieron el paso de comida ni agua a nuestros familiares. Todos los días a mitad de la tarde y a la mitad de la madrugada nos lanzaban bombas lacrimógenas, era el castigo que ellos veían pertinente para los estudiantes venezolanos que salíamos a gritar que deseamos tener democracia y libertad como ciudadanos. Ahí estábamos a merced de ellos, hacían con nosotros lo que a ellos les diera en gana, uno se sentía totalmente despojado de los derechos como ciudadanos, de la dignidad humana.
“Me presentaron ante tribunales militares y me señalaron de los delitos de ataque al centinela y ultraje a la fuerza armada. Cuando permitían que me visitara mi mamá o mi hermana una vez que se iban ellos me preguntaban qué había hablado con ellas. Yo estuve en ‘el hueco’ número 4, pero había otros tres huecos también con muchachos detenidos en protestas, aunque algunos estaban mezclados con delincuentes comunes.
“Una noche como las 7:00 el que administraba el comando nos sacó a todos los detenidos, nos hizo colocar de rodillas en el piso para escucharlo decir un discurso comunista en el que nos hablaba de los logros de la revolución, del Che Guevara, de Fidel Castro, y cómo los políticos venezolanos de oposición se valían de nuestra juventud, de nuestro entusiasmo, para manipularnos, que nosotros éramos víctimas de la política de oposición, y que la revolución había dado todo por los jóvenes de Venezuela, por eso era irrespetuoso que saliéramos a protestar a las calles.
“Después de una semana y media metidos en esas jaulas nuestros familiares empezaron a buscar formas más mediáticas, tanto en medios de comunicación como en redes sociales, para que nos sacaran de ahí. Fue cuando el obispo Mario Moronta supo lo que ocurría y publicó un tuit anunciando que iba a visitar a los detenidos en el Core, 1, lo cual los puso a temblar porque quedaría en evidencia las condiciones en que nos tenían recluidos.
“Intentaron trasladarnos a la cárcel militar de Santa Ana, pero el director de ahí no aceptó recibirnos porque el procedimiento administrativo estaba mal hecho y no nos habían hecho la evaluación médica. Eso molestó mucho a los custodios y de regreso al CORE 1 vivimos la peor noche de todas. Nos lanzaron muchas bombas lacrimógenas y agua, cuando esa sustancia tiene contacto con el agua o con la piel húmeda se siente como un ácido en la piel. Vi a compañeros míos que se desmayaron, perdieron la conciencia, entraron en crisis nerviosa.
“No fue sino hasta dos días después que nos llevaron nuevamente a la cárcel militar de Santa Ana y esa vez nos recibieron sin ningún problema, allí estuve dos semanas aproximadamente. El primer fin de semana no nos dejaron ver a nuestros familiares. Pasados unos días estaban por salir de vacaciones los tribunales militares, entonces nuestras familias hacían lo posible para acelerar las cosas y lograr nuestra liberación, fueron extorsionados, les cobraban 5.000 dólares por cada uno de nosotros, mi papá hizo un esfuerzo bastante grande al tratar de conseguir el dinero, pero solo logró dar con $700 para ofrecerle a quien iba a ser mi defensor público militar impuesto por el tribunal militar, ese fue el precio de mi libertad… de mi libertad parcial porque el tribunal ordenó régimen de presentación cada 8 días.
“En la cárcel de Santa Ana no teníamos agua potable, había una llave de agua pero a veces salían larvas. Era algo asqueroso, indignante. La comida era una arepa sin relleno al desayuno, una taza de arroz con un pedazo de plátano al almuerzo y nada de cena. Dormíamos en el piso, compartíamos espacio con militares presos por diferentes delitos como asesinato, tráfico de drogas, venta ilícita de armamento, también con militares presos por causas políticas que habían sido perseguidos y torturados, pero también estábamos con guerrilleros de las FARC.
“Creo la verdad de todo va a salir a la luz, cuando recobremos la democracia y la libertad va a ser un ejemplo no solo para Venezuela, va a marcar un aprendizaje para toda una generación. Siento que los que hemos sido presos políticos tenemos, más que esperanza, la fe y la certeza de que vamos a tener la justicia necesaria y estamos convencidos de que las personas responsables, los violadores de nuestros derechos fundamentales, van a encarar una responsabilidad ante la ley”.