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Ever Hernández: Cuatro años preso y torturado en un calabozo del Cicpc a la espera de juicio

Derechos violados:​

Desde agosto de 2016 años Ever Hernández está preso a la espera de juicio. Esos cuatro años los ha pasado en una comisaría policial donde deberían estar los detenidos por averiguación solo 48 horas. Lo apresaron por un caso de presunta extorsión. Su hermana Evelyn Hernández explica que él compró un teléfono usado que al parecer estuvo involucrado en ese delito, pero él no sabía hasta que llegaron funcionarios del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas a buscarlo. En una carta enviada desde su calabozo a la ONG Una Ventana a la Libertad, dedicada la defensa y promoción de los derechos de la población penal, él admitía que estaba preso por tener “malas juntas”. 

El allanamiento practicado a su casa en Caracas fue violento, forzaron la puerta, destruyeron pertenencias, metieron al hombre en un baño, le colocaron una bolsa en la cabeza y le dieron una golpiza. Amenazaban con abusar sexualmente de su hija más pequeña que para ese momento tenía solo 5 años de edad. Al momento de la detención se llevaron también a la pareja de Ever y a la  niña. Cuando la familia supo lo que había ocurrido fue a la sede del Cicpc de El Paraíso a averiguar qué pasaba y a reclamar por qué se llevaron a la niña, con eso solo lograron incrementar el número de detenciones por el caso, pues dejaron presa a la mamá de Ever, a una cuñada, a una prima y al esposo de Evelyn. Todos detenidos por tres días, incluida la menor de edad, recibiendo malos tratos verbales y psicológicos. 

A Hernández, de nacionalidad colombiana, con 22 años de residencia en el país y padre de tres hijos, lo trasladaron a la sede del Cicpc de El Hatillo, donde ha pasado cuatro años esperando el avance de las investigaciones y traslado a un centro de reclusión en calidad de procesado, pues la boleta de traslado fue emitida un mes después de su detención. De acuerdo con datos de la ONG Una Ventana a la Libertad, en Venezuela hay más de 22.000 personas presas en centros de detención preventiva cuando la capacidad en estos sitios es para 7.191; es decir que el hacinamiento se calcula en 315,2%. En el Cicpc de El Hatillo, según Evelyn Hernández, su hermano comparte celda con otros 50 presos y en otras áreas circundantes hay unos 40 reclusos más, entre policías y mujeres. No entiende por qué no es trasladado al Centro Penitenciario para Procesados Judiciales 26 de Julio, ubicado en San Juan de los Morros, estado Guárico. 

“Él está en una misma celda con reclusos de alta peligrosidad que tampoco son trasladados. Está en un cuarto que no tiene ventilación, hay una ventana pequeña donde apenas ven si es de día o es de noche, no los sacan a hacer ejercicio, no los sacan al sol, no lo sacan ni para bañarse. En cartas o en las visitas que le he hecho él me comenta que a veces tiene que hacer sus necesidades en una bolsa plástica dentro del calabozo. Esa celda tenía una reja normal, pero cuando cambiaron la directiva la sustituyeron por una puerta metálica que tapa la ventilación, incluso los familiares de varios reos llevaron ventiladores para que pudieran tener algo de aire”, relata la hermana del detenido.

Es bien sabido que tanto en los centros de detención preventiva como en las cárceles la alimentación de los privados de libertad depende de los familiares o allegados. La situación no es distinta en el Cicpc de El Hatillo; sin embargo, Evelyn Hernández se queja de la arbitrariedad de los funcionarios para permitirle llevar comida a su hermano los miércoles y sábados cuando hay visitas, incluso sin estar en cuarentena: “Cuando uno llega ellos dicen que no pueden dejar pasar ni siquiera el jugo o alguna chuchería ni los artículos personales como cepillo, jabón, crema dental, porque ‘se portaron mal’, eso es en castigo porque reclamaron por las condiciones o pelearon puede ser entre ellos o con los funcionarios, porque es lógico que estar tanta gente en ese encierro y en esas condiciones surjan problemas… Lo veo como una manera despiadada que ellos no dejen pasar la comida o la boten o no permitan que llevemos mercado para que ellos mismos se cocinen con ayuda de las mujeres presas, pues allá hay cocina. Uno busca la manera de que tengan un bocado, algo qué comer siempre porque a veces no es fácil subir hasta allá, pero ellos no dejan”. Evelyn vive en el centro de Caracas, tiene que agarrar tres camioneticas de transporte público para llegar hasta El Hatillo donde está la sede policial, un recorrido que puede tomarle entre una hora y hora y media, pero a veces no consigue bus para cubrir el último tramo, así que debe caminar casi una hora en subida.

Al hacinamiento, el hambre y las condiciones de reclusión en el caso de Ever Hernández se suman las torturas y tratos crueles que ha sufrido en prisión. Poco después de su detención se supieron las primeras denuncias al respecto, con el paso del tiempo han surgido otros episodios que han sido publicados incluso en medios de comunicación. Estos hechos han sido confirmados tanto por el detenido, como por familiares que han presenciado las agresiones y a través de cartas, fotos y videos que se han filtrado desde el calabozo en los cuales algunos de sus compañeros de celda testifican sobre las descargas eléctricas en los genitales, golpizas y disparos de perdigón que ha recibido de parte de los funcionarios policiales. 

Comenta su hermana que los primeros días de detención lo envolvieron en una colchoneta y lo golpeaban con un bate: “En esos días mi hermano estaba superhinchado de los golpes y la corriente que le pusieron. Eso se ha repetido todos estos años cada vez que él reclama las condiciones en que los tienen o porque no lo trasladan. Una vez hasta perdigones le dispararon y no lo llevaron a hacerle curas ni nada, yo le llevaba pastillas para el dolor pero no las dejaban pasar. Antes cuando nos pedían bolsas negras para cuando ellos hicieran limpieza después que recogían todo los lanzaban a una piscina que hay ahí, porque antes ese lugar era una quinta, los tiraban con todo y basura. Cualquier cosa que a ellos se les ocurría para maltratarlos lo hacían”.

“Tenemos más de tres meses sin comunicación con él, solo nos comunicábamos por carta pero hace poco nos revisaron los envases de la comida y sacaron las cartas, así era como ellos lograban pasar las cartas. Entonces yo no he sabido nada de mi hermano, no sé si está bien, no sé si lo golpearon o torturaron otra vez, no sé cómo está. Ellos no tienen pruebas reales en su contra, si lo acusan es por lo que ellos inventen y pongan en el expediente. Lo que yo pido es que lo trasladen a un lugar mejor, más habitable que donde está, él siente que está dejando la vida ahí, ya ni duerme”.

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