En sus informes sobre Venezuela de julio y septiembre de 2019, la Alta Comisionada de Derechos Humanos de la ONU, Michelle Bachelet, advertía con preocupación la existencia de ejecuciones extrajudiciales y de torturas y tratos crueles a detenidos. Ya desde años atrás la prensa y las ONG recibían cientos de denuncias de familiares de jóvenes muertos a manos de funcionarios de cuerpos policiales en presuntos procedimientos. Uno de los incumplimientos del Estado con las recomendaciones de la Alta Comisionada es “adoptar medidas inmediatas para cesar, subsanar y prevenir las violaciones a los derechos humanos, en particular las violaciones graves, como la tortura y las ejecuciones extrajudiciales”. La PNB es señalada de las muertes de los hermanos Julio César y Carlos Rangel Novais, ocurridas en julio de 2018. Desde entonces su madre, María Magdalena Novaias, hace incesantes esfuerzos por obtener justicia.
María Magdalena Novais perdió a sus únicos dos hijos en menos de una semana. La familia vivía en Gramovén, Catia, en el oeste de Caracas. El 10 de julio de 2018 una comisión de la Policía Nacional Bolivariana irrumpió violentamente en su humilde vivienda cuando los hermanos Carlos y Julio César estaban frente al televisor esperando que comenzara el partido de la semifinal de la Copa Mundial de fútbol. Los muchachos, espantados ante la actitud de los funcionarios y las armas potentes que usaban, salieron corriendo y pidiendo auxilio, uno de ellos se montó en el techo y pidió refugio en una casa vecina, el otro no alcanzó a escapar. Al primero, el menor de ellos de nombre Julio César de 24 años de edad, lo persiguieron, ya le habían disparado en una nalga y un pie durante su intento de huida. Lo sacaron de la casa vecina a rastras, le dispararon tres veces hasta matarlo. A su hermano mayor, Carlos de 27 años, se lo llevaron detenido a la comisaría de San Agustín, donde estuvo preso seis días, sin pruebas en su contra. De allí salió muerto, con su rostro y cabeza desfigurados. Ninguno de los dos hijos de María Magdalena tenía antecedentes penales ni orden de aprehensión ni averiguaciones en su contra.
“Cuando eso ocurrió yo no estaba en la casa, sino en El Paraíso dándole aliento a los abuelos en un club donde damos ayuda y me llamaron a decirme lo que estaba pasando. Cuando llegué a la casa ya mis muchachos no estaban, los vecinos me contaron que uno de mi hijo menor le decía a los policías: ‘qué es chico, yo no sé a quién están buscando, yo no soy nada, yo no tengo nada, ni siquiera tengo comida’, porque en realidad nosotros no teníamos comida en la casa, no teníamos nada, en esos días le pedimos a mi sobrino que me regalara medio kilo de caraotas porque no teníamos qué comer, ni al bebé de 4 meses de nacido de mi hijo de Julio teníamos qué darle”.
“A Carlos me lo mataron a golpes porque él vio quién mató a su hermano, era un testigo clave, y fueron los mismos policías que lo mandaron a matar con otros reclusos (que había en la comisaría). Cuando me entregaron a mi hijo Julio estaba descompuesto, tanto que no lo pude velar; no me había repuesto del shock de lo de Julio cuando me mataron a Carlos, qué dolor, me lo entregaron en una bolsa negra que yo no conocía, la cara de mi hijo estaba totalmente destrozada, ni siquiera se veía si tenía los ojos y su cabeza era como una platabanda de tanto golpe que le dieron”.
Julio César era boxeador y a Carlos lo habían admitido para estudiar Criminalística, pasó las pruebas de ingreso después de varias entrevistas y revisiones a su historial para determinar si tenía cuentas con la justicia. Los policías los señalan de posesión de drogas y XXX, pero en el expediente del caso no hay pruebas de ninguno de los dos cargos. “Éramos gente muy pobre, tanto que de ahí no se llevaron nada, ni para robarse; la única droga de mis hijos era yo porque éramos muy apegados, muy unidos, ellos me los pusieron como unos delincuentes, pero yo sé lo tenía en mi casa, ahí no había nada, solo un par de muchachos sanos y amorosos conmigo; mis hijos no tenían buenos zapatos ni pertenencias, ¿qué traficante vive en semejante pobreza?”.
Cuando ocurrieron los hechos la pareja de Julio César y su pequeño hijo de 4 meses de nacido estaban en la casa. Ella se estaba bañando, los policías la sacaron desnuda de la regadera y le decían: “Maldita, ve por última vez a tu marido». Ella vio quién disparó. El funcionario está identificado.
El padre de los muchachos fue al Cicpc y a la Fiscalía a interponer la denuncia. Pero en este trámite la familia se topa con obstáculos, son víctimas por tercera vez, ahora por parte de las instituciones encargadas de impartir justicia. La policía científica no ha respondido a las solicitudes que ha hecho la Fiscalía 125° de Derechos Fundamentales, pero además en tres ocasiones han cambiado al fiscal, actualmente está a cargo de Yeisa Hernández.
“Cuando fuimos a la Fiscalía llamaron a los que vieron por última vez a mis hijos y me llamaron a mí. Lo que me molesta y me asombra es que el fiscal dijo que solo fue un mal procedimiento, o sea no veo el mal procedimiento sino que me quitaron la vida, me quitaron a mis hijos. Se van a cumplir dos años y no ha llegado la solicitud que tiene que mandar el Cicpc para que la Fiscalía pueda imputar, no hacen nada, debe ser que se cubren unos con otros, no sale nada del caso aunque yo voy siempre, todas las semanas estoy en la Fiscalía 125° de Derechos Fundamentales, escribo en un cuaderno donde queda registrado el día que fui, con quién hablé y que no hay novedad. Ni siquiera han mandado el protocolo de autopsia a casi dos años de las muertes. Pero aun así yo estoy peleando, mi vida es buscar la justicia, limpiar el nombre de mis hijos y que los responsables paguen por ese crimen, aunque con eso ellos no van a resucitar, no los voy a tener más nunca”.
Mientras María Magdalena estaba en la morgue esperando la entrega de uno de los cadáveres conoció a algunas madres que forman parte de Cofavic, quienes la llevaron a la organización; allí recibe asesoría jurídica y apoyo psicológico; sin embargo, ella personalmente es quien se encarga de hacer las diligencias del caso, pese a su dolor no ha cesado en su empeño por lograr justicia: “Aquí estoy luchando, a veces sin fuerzas porque soy una persona con discapacidad, pero luchando, iré a donde tenga que ir para lograr que los responsables paguen y para que otras madres no pasen por lo mismo que estoy pasando yo. Voy a hacer lo que sea”.
Durante los seis días que Carlos estuvo preso su madre nunca lo vio, porque él no quería que se sometiera al dolor de verlo allí y además golpeado. Una prima que lo visitaba le llevó una carta que María Magdalena le escribió en la que le decía: «Hijo, ya el trío perfecto se acabó, quedamos solo los dos, Julio se nos fue, nos lo quitaron. Carlos, ahora tú eres mi único apoyo, te espero con los brazos abiertos mi amor, tú no tienes nada que temer. Te espero y te mando mis bendiciones”. Pero Carlos no tuvo oportunidad de darle ese abrazo a su mamá: “Me dejaron con los brazos abiertos esperando”.